Los gatos forman parte de la vida cotidiana de Roma. Las colonias asentadas en los sitios arqueológicos más famosos como los corredores del Coliseo, los Foros, la Pirámide de Cestio o las ruinas del área sacra de Torre Argentina y otros más, incluidos los periféricos, son de sobra conocidas por los turistas. Según el último censo realizado por la Municipalidad de Roma, en colaboración con las unidades sanitarias locales, existen actualmente 900 colonias metropolitanas y 300 mil "felinus romanus", de los cuales 180 mil son domésticos, tienen amo y viven en casa, y más de 120 mil no tienen dueños y son realengos.
En el año 2001, la ciudad de Roma decidió proteger esta simbiosis entre gato y monumento patente en su ciudad desde muchas décadas atrás. Los 120.000 gatos callejeros de Roma se declararon entonces patrimonio biocultural de la ciudad. La Junta Municipal del centro histórico de Roma quiso sancionar esa larga amistad que vincula al gato con la capital italiana desde años inmemoriales y, en la reunión de Largo Argentina, aprobó una resolución para proteger la riqueza que representa el “felinus romanus”:
(...) "Dada la simbiosis entre gato y monumento, visto el gran interés turístico manifestado en la cantidad de solicitudes de adopciones internacionales a distancia, con este acuerdo no hacemos sino reconocer al gato como un bien propio de la ‘Ciudad Eterna’ por su valor educativo, social y turístico". DEIA (13 de diciembre de 2001).
Los gatos, que desde la Antigüedad tuvieron en Roma un
estatus social distinguido, nuevamente son afirmados en su rol con esta protección legislativa.
La medida se vio impulsada por dos factores:
1- El primero de ellos es el hecho de que los gatos forman parte de la cotidianeidad de los ciudadanos de Roma.
2- El segundo es la gran afluencia de turistas que visitan el Santuario de Gatos de Torre Argentina y que solicitan ingresar en el sistema de adopción que este refugio puso en marcha desde su creación en 1994. En el Área Sacra de Largo Argentina, unas ruinas arqueológicas que datan del 400 - 300 a.C. y que son el sitio donde Julio César recibió a la muerte de la mano de Brutus, funciona un refugio que alberga a 250 gatos.
Un pequeño ejemplo de la existencia de estos pobladores desde hace mucho tiempo es el testimonio del escritor uruguayo José Enrique Rodó (1917), que presentamos a continuación:
Tomando la Vía Alejandrina para entrar en la del Corso, paso todas las tardes junto al Foro Trajano, o si queréis, junto a la Columna Trajana, que es lo único que verdaderamente queda en pie de aquel complejo monumento, acaso el de más sonada magnificencia entre cuanto vio levantarse y caer este sol de Roma. Un paralelogramo cercado, de nivel mucho más bajo que la calle, contiene, entre silvestres hierbas y lodosos charcos, truncas columnas de granito, algunas de ellas arraigadas al suelo, otras tumbadas; y en medio de estas ruinas resalta, entera y majestuosa, la Columna Trajana, de mármol esculpido, en toda la extensión del fuste, con bajorrelieves que recuerdan el sometimiento de los dacios por el magnánimo y glorioso Emperador. Sus cenizas reposan, o reposaron, dentro del pedestal, dispuesto como sarcófago. Sobre el dórico capitel, en vez de la imagen de Trajano que lo coronaba, descuella, desde tiempos de Sixto V, un San Pedro de bronce.
La primera vez que pasé junto al Foro Trajano, ya casi entrada la noche, y me asomé a la oscura hondonada, vi deslizarse, entre las rotas piedras y las matas de pasto, una sombra fugaz. A esta sombra siguieron otras y otras, en varias direcciones. Luego advertí que con aquellas cosas pasajeras solían correr unas extrañas lucecillas. ¿Almas de tribunos, de mártires, de héroes, como las que en este venerado suelo de Roma han de reconocer un despojo de su vestidura corporal en cada grano de polvo, en cada hilo de hierba?...Volví a pasar de día, y las sombras me revelaron su secreto. El ruinoso Foro está poblado de gatos.
Allí ha puesto su cuartel general, su concilio ecuménico, su populosa metrópoli, la que llamó Quevedo "la gente de la uña". Los hay de todas pintas, barcinos y atigrados, amarillos y grises, blancos y negros. En los cuadros de sol, sobre la fresca hierba, disfrutan, con envidiable e indolente placidez, su dicha de vivir ya gravemente sentados, ya tendiéndose en esas actitudes inverosímiles y absurdas con que encantaban a Teófilo Gautier. Uno, negro como la tinta, inmóvil, sobre una tronchada columna que le forma pedestal, parece una esfinge de ébano. Micifuz se relame sobre un derribado capitel. Zapirón remeda, rascándose "la pata coja de Mefistófeles". Zapaquilda amamanta a sus bebés en el hueco de dos piedras donde ha tendido el césped blanco tálamo. Ignoro si el problema económico de esta comunidad se resuelve mediante la protección del vecindario, o si ella vive de su propia industria con la libre caza de sabandijas; pero observo que todos los asociados están gordos y lucios y que el rayo del sol arranca de los esponjados pelambres reflejos, ya de oro, ya de azabache, ya de nieve.
No quiero a los gatos. Me han parecido siempre seres de degeneración y de parodia: degeneración y parodia de la fiera. Son la fiera sin la energía; son el tigre achicado, el tigre de Liliput; el instinto contenido por la debilidad; la intención pérfida y sinuosa que sustituye el arrebato de la fuerza: la mansedumbre delante del hombre y la ferocidad delante del ratón. Cuando la corona de los seres vivientes está sobre la frente del león, como en la hermosa fábula de Goethe, la propia tiranía se ennoblece y la propia crueldad cobra prestigios de justicias. ¡Ay del reino animal cuando manden los gatos! Contemplando a la plebe felina adueñada de aquellos despojos de la grandeza imperial, se me figuró ver cifrado en este caso un carácter constante de las decadencias. Caer en manos de los gatos, ¿no es el destino de todos los poderes que envejecen, de todas las glorias que se gastan, de todas las ideas que se usan?... Luego otra figuración embargó mi pensamiento. Me pareció como si se presentara entre las minas el alma de un antiguo romano y, con la amarga ironía de su orgullo, señalase en aquella vasta gatería una pintura de nuestra civilización, un símbolo de nuestra edad. Somos, para los antiguos, gatos para fieras. Reproducimos su genio y su cultura, como el gato los rasgos del felino indómito y gigante. Para dar voz a otros hombres y otros tiempos, el Ramayana, la Ilíada, la Comedia. Para expresar la democracia utilitaria y niveladora, la Gatomaquía. Carecemos de la crueldad que empurpuró la arena del Circo y maceró las carnes del esclavo; pero tenemos la perversidad del rasguño, de la pupila que escudriña en la noche, de la mano esponjosa que dilata la agonía del ratón. Gatunos son nuestros crímenes. Económicas, tibias y falaces nuestras virtudes, pulcritud de gato. Si se aparece entre nosotros el Héroe, el miedo nos infunde valor y le saltamos a la cara, como nuestros congéneres hicieron con Don Quijote. Suplimos nuestra timidez para afrontar las puertas bien guardadas con nuestra habilidad para marchar por las comisas y trepar por los muros.Las lamentaciones de Isaías, las amenazas de Daniel, las maldiciones de Dante, las quejas de Prometeo Encadenado, retumban en las concavidades del tiempo como rugidos en la selva. Los ayes de nuestros dolores, la declaración de nuestro moderno pesimismo, el clamor de nuestras rebeliones y nuestras esperanzas, ¿no sonarán en los oídos del futuro como maullidos de azotea? El patriotismo romano, propagandista y conquistador, fue un inextinguible anhelo de espacio, y rebosando sobre el mundo, hizo nacer de la idea de la patria el sentimiento de la humanidad. Nuestro patriotismo, contenido y prudente, egoísta y sensual, ¿no tiene mucho del apego del gato a la casa donde disfruta su rincón?... ¡Oh, tú, que te levantas allá enfrente!, sombra del Coliseo, erguido fantasma de la antigüedad, genio de una civilización de águilas y leones: ¿no será esta de que nos envanecemos una civilización de gatos? .
José Enrique Rodó, "Los Gatos del Foro Trajano y otras páginas", Roma, 1917.
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