martes, 11 de agosto de 2009

La Reina Blanca de la Ciudad Miau

Ronronia tenía la tez más blanca de Vendavalia. El blanco era el color favorito del Mago Dragón, que era verde, así que el Mago Dragón se enamoró perdidamente de Ronronia.
—Ronronia —dijo el mago—, quiero que te cases conmigo y vivas en mi isla.
El Mago Dragón era un dragón con poderes mágicos que vivía flotando como una isla. Ronronia no quería ir a aburrirse en medio del agua. Además, el verde no era su color favorito.
—Todavía soy joven para casarme —respondió.
—Nunca conocerás a nadie como yo —dijo el mago.
—Eso espero —dijo Ronronia.
—No me hagas enojar —dijo el mago.
—Por qué no te vas al cuerno —dijo Ronronia.
El mago maldijo a Ronronia y la transformó en una gata blanca.
—Serás humana de nuevo —le dijo— cuando un humano se enamore de la gata blanca.
—Miau —dijo Ronronia.


El Mago Dragón le dijo adiós y se dedicó a su entretenimiento favorito, que era contarse las escamas verdes mientras flotaba en el mar. Ronronia, convertida en gata, anduvo de aquí para allá tratando de hablar con la gente. Nadie entendía sus maullidos. Un día, caminando por la playa, encontró al príncipe Tertulio.
—Miau —saludó Ronronia.
—Lindo gatito —dijo Tertulio acariciándole la cabeza.
—No soy un lindo gatito, pedazo de torpe —dijo Ronronia—. Soy una muchacha transformada en gata por un hechizo del Mago Dragón. Pero Tertulio sólo oyó Miau miau miau, y se cansó de los maullidos, porque no era un príncipe muy paciente.
—Fuera de aquí, gatito —le dijo.
Ronronia se enfadó, le robó la corona y echó a correr.




El príncipe la siguió, pero pronto perdió el aliento y perdió de vista a la gata, así que también perdió la corona. Ronronia llegó a un muelle y subió a un barco. En el barco navegó de un lado a otro hasta que llegó a Ciudad Miau y decidió quedarse allí. En Ciudad Miau vivían casi todos los gatos de Vendavalia. Era una gran roca con forma de gato mirando el mar. El viento había tallado esa roca en tiempos muy antiguos. Un gato viejo y barbudo le salió al encuentro.
—Te noto algo raro —le dijo a Ronronia.
Y claro que le notaba algo raro. Los gatos de Vendavalia cambiaban de color según el viento. Eran rojos, verdes, azules o amarillos según soplara viento norte, este, oeste o sur. Cuando soplaba viento de todas partes eran un arco iris viviente. Pero Ronronia era blanca todo el tiempo.
—Sólo soy gata a medias —explicó Ronronia, rompiendo a llorar—. El Mago Dragón me maldijo.
—Ese mago está chiflado —comentó el gato viejo y barbudo.
Una multitud de gatos se había reunido alrededor, cambiando de color en el viento. Todos estaban intrigados por el pelo blanco de Ronronia.
—¿Y qué es esa cosa brillante? —preguntó el gato viejo y barbudo, señalando la corona que Ronronia traía enganchada en la pata.
—Una corona —dijo Ronronia.
—Una gata blanca que tiene una corona en la pata tendría que ser reina de Ciudad Miau—dijeron los demás gatos. Nunca habían tenido reyes ni reinas ni emperadores ni caciques, y la idea les parecía divertida. Micifuces, mininos y morrongos alzaron a Ronronia en andas, la llevaron a Ciudad Miau y la coronaron reina con la corona que ella le había robado a Tertulio.
—Estais chiflados —dijo el gato viejo y barbudo.



Ronronia se sentía feliz de ser una gata reina, pero como sólo era gata a medias, sólo era feliz a medias. Todos los días caminaba hasta la orilla del mar y miraba el horizonte. Y entretanto, del otro lado de ese horizonte, un barco navegaba hacia Ciudad Miau. Era un barco pirata, y allí viajaba el príncipe Tertulio. Este príncipe era hijo del emperador de Salpicondia. Cuando Ronronia le robó la corona en la playa, Tertulio se había alejado de los guardias que lo protegían. Los piratas lo habían visto indefenso y lo habían secuestrado para pedir rescate. En el barco los piratas lo obligaban a escribir cartas al emperador. Ponían las cartas en el buche de un pájaro mensajero y el pájaro se las llevaba al emperador y volvía con las respuestas.
"Papá emperador —escribía Tertulio—, una gata me robó la corona y los piratas me capturaron en la playa."
"Querido papanatas —contestaba el emperador—, no me explico de dónde saqué un hijo tan bobo."
"Papá emperador —escribía Tertulio—, los piratas exigen veinte mil salpicondios de oro a cambio de mi principesca persona."
"Querido zopenco —contestaba el emperador—, con los tiempos que corren, no puedo gastar dinero en principescas tonterías."
"Papá emperador —escribía Tertulio—, estos piratas son buena gente. Me atienden bien y me cuidan mucho. Pero dicen que si no reciben lo que han pedido, me colgarán del palo mayor."
"Querido bodoque —contestaba el emperador—, yo sabía que te sentirías cómodo entre piratas, pues me has pirateado toda la vida. Aquí les mando soga para que te cuelguen."


El pájaro mensajero iba y venía, resoplando y aleteando. A medida que el barco pirata se alejaba de Salpicondia, los vuelos de ida y vuelta del pájaro se volvían más largos y cansadores. Los piratas iban a Ciudad Miau porque pensaban que allí nadie los molestaría mientras negociaban con el emperador, pero las imperiales respuestas eran poco alentadoras. Decidieron pedir menos por Tertulio. También decidieron enviar la próxima carta a la emperatriz, que debía de tener el corazón más blando.
"Mamá emperatriz —escribió Tertulio—, los piratas están dispuestos a liberarme por sólo diez mil salpicondios de oro."
"Querido badulaque —contestó la emperatriz—, te creerás que tu padre y yo encontramos el dinero en la calle. Diez mil sopapos te voy a dar cuando aparezcas. Esos piratas deben ser amigotes tuyos que quieren plata para ir de juerga."


Cuando el pájaro mensajero llevó esta ultima carta, el barco pirata ya navegaba frente a la roca con forma de gato. Desde lo alto de esa roca, un gato vigía vio el barco y corrió a llevar la noticia a la Reina Blanca. El viento que producía al correr le cambiaba rápidamente el color. Salió azul y llegó verde. Ronronia maulló de alegría al enterarse de que venía un barco y bajó a la playa para recibirlo. El barco tardó una noche más en acercarse a tierra. Cuando cantó el pájaro del amanecer y el sol tiñó el mar de rojo, los piratas echaron anclas y desembarcaron. Se sentaron en
la playa a tomar vino y a discutir qué harían con Tertulio. El pájaro mensajero esperaba pacientemente en un mástil del barco.
—Este príncipe es un estorbo —dijo un pirata.
—El emperador no quiere pagar nada por él —dijo otro.
—Podría unirse a nuestra banda —sugirió un tercero.
—Ya hay bastantes inútiles a bordo —dijo el capitán.
—Podríamos abandonarlo aquí —dijo otro pirata.
—Sería mejor deshacerse de él —dijo el capitán—. De lo contrario, un día podría buscar venganza.
—No se preocupen por mí —tartamudeó Tertulio—. No soy vengativo.
—No te metas en lo que no te incumbe —dijeron los piratas.
Y continuaron con su lista de sugerencias:
—Podemos ahogarlo.
—Podemos ahorcarlo.
—Podemos azotarlo.
—Podemos decapitarlo.


Ronronia escuchaba esta conversación escondida detrás de una roca. Miraba a Tertulio con curiosidad, porque creía recordar esa cara de alguna parte. Se asomó para verlo mejor. Tertulio, maniatado entre los piratas, vio que una cosa brillante reflejaba el sol. Miró la cosa brillante con creciente interés, mientras los piratas bebían y discutían animadamente sobre las diversas maneras de triturarlo, apalearlo y despedazarlo.
—La corona —murmuró Tertulio.
—No interrumpas más —dijo el capitán.
—En un momento así habla de coronas —dijo otro pirata—. Admito que tiene coraje.
—Quizá no sea tan inútil después de todo —comentó otro.
—La corona —insistió Tertulio.
—¿De qué corona está hablando? —preguntó el capitán.



Ronronia notó que la habían visto. Dio media vuelta y echó a correr. Tertulio se levantó para perseguirla. Tenía las manos atadas, pero las piernas libres.
—Alto —gritó Tertulio.
—Miau —gritó Ronronia.
—El prisionero se escapa —gritó el pájaro mensajero desde el mástil, y se puso a dormir la siesta.



Ronronia corrió hacia Ciudad Miau perseguida por Tertulio, quien corría perseguido por los piratas. A Ronronia se le cayó la corona, que rodó por la arena e hizo tropezar a Tertulio, que cayó de bruces. Los piratas vieron la corona y se olvidaron del prisionero.
—Es mía —gritó el capitán.
—Mía —gritó otro pirata.



Estaban borrachos de tanto tomar vino. La corona se les resbaló de las manos. Otros dos piratas intentaron atajarla y chocaron de cabeza en el aire. Aterrizaron en la arena y tumbaron a los que venían detrás. La corona dio una voltereta, rebotó en varias cabezas y nuevamente echó a rodar por la playa. Tertulio se repuso del tropiezo, se levantó y alcanzó la corona. Como tenía las manos atadas, la pateó con fuerza para alejarla de los piratas. La corona rodó playa abajo. Ronronia y los demás gatos se habían reunido en un médano para mirar el espectáculo.
—Parece un nuevo deporte —dijo el gato viejo y barbudo.
—Eso debe ser —exclamaron los demás gatos.



Maullando alegremente, se sumaron al alboroto. Cambiando de color, corrían entre los piratas pasándose la corona: un gato azul se la tiró a uno pardo, el gato pardo esquivó a un pirata con parche, el pirata le arrojó un sablazo, el sable se incrustó en la arena; el pardo le pasó la corona a un gato amarillo, el amarillo se puso verde y se la pasó a Tertulio, Tertulio cabeceó, la corona voló, el capitán la enganchó con la punta del garfio, un gato celeste se la quitó con los dientes y la arrojó a los pies del gato viejo y barbudo.
—Miau —gritaron los gatos, es decir—: ¡Gol!
—Están chiflados —dijo el gato viejo y barbudo.



Volvió a arrojar la corona al campo mientras Tertulio aprovechaba para rasparse las ligaduras contra la espada de un pirata tan ebrio que apenas podía tenerse en pie. Esta vez los gatos tomaron rápidamente la delantera, y pronto volvieron a arrojar la corona hacia el gato viejo.
—Miauuu —exclamaron victoriosamente, es decir—: ¡Otro goool!



El gato viejo y barbudo se preparó para devolverles la corona. Tertulio, que se había terminado de desatar, agitó los brazos para que se la arrojara a él. El gato vaciló. La reina blanca maulló una orden. El gato viejo y barbudo obedeció y le tiró la corona al príncipe. Tertulio corrió playa arriba seguido por piratas furiosos y gatos risueños. Ronronia dio otra orden y los gatos empezaron a corretear entre las piernas de los piratas. Los piratas tropezaron, rodaron al suelo y no pudieron levantarse. El vino, los golpes y el ejercicio los habían agotado. Durmieron la mona y despertaron maniatados: Tertulio los había amarrado con la soga que le había mandado su padre y los había puesto a todos a bordo. Ató a uno de ellos al timón y pidió al pájaro mensajero que lo vigilara para que siguiera rumbo a Salpicondia sin desviarse.
—Si intenta cambiar el curso —dijo Tertulio—, dale un picotazo en la cabeza.



El pájaro mensajero, harto de volar de aquí para allá, aceptó con mucho gusto. Tertulio miró su abollada corona y se acercó a la gata blanca.
—Hiciste bien en quitármela —dijo, poniéndole la corona en la cabeza—. Yo soy un haragán que no sirve para príncipe. Te la devuelvo porque te has portado como una reina.
—Miau —dijo el gato viejo y barbudo, es decir—: Estos humanos están chiflados.
—Aunque al menos he sabido recuperarla —agregó Tertulio con cierto orgullo.
—Miau —suspiró Ronronia.
—Qué maullido tan dulce —dijo Tertulio. Alzó a Ronronia con ambas manos—. Mi corona te queda espléndida.



Ronronia sintió una picazón en todo el cuerpo.
—Nunca había visto a una gata tan bella —exclamó Tertulio.
La picazón de Ronronia se volvió comezón.
—Más aún —exclamó Tertulio—. Nunca había visto un animal tan bello.
La comezón de Ronronia se volvió cosquilleo.
—Más aún —exclamó Tertulio—. Nunca había visto una criatura tan bella. —Y añadió, asustado de sus propias palabras—: ¿Es posible enamorarse de una gata que uno conoció en la playa cuando le robaba la corona?



El cosquilleo de Ronronia se convirtió en una electricidad que le erizó el pelaje blanco. Sus patas se alargaron, su cola se acortó, sus pupilas se redondearon, sus bigotes se borraron. el pelo blanco de la cabeza se transformó en cabello rubio, el pelo blanco del cuerpo se transformó en tez blanca.
—Miau —dijo el gato viejo y barbudo restregándose los ojos, es decir—: Estoy chiflado.



Tertulio se sorprendió teniendo en brazos a una muchacha blanca en vez de una gata blanca.
—Miau —dijo la muchacha blanca—. Hola.
Sólo estaba vestida con la corona de Tertulio, que se apresuró a ofrecerle su capa para abrigarla.
—Me llamo Ronronia —dijo Ronronia envolviéndose en la capa.
Tertulio no dijo nada porque estaba totalmente embobado.
Escribió una carta para sus imperiales padres y la puso en el buche del pájaro mensajero: "Papá emperador y mamá emperatriz, he decidido renunciar al trono de Salpicondia para casarme con la reina de Ciudad Miau". La respuesta llegó pocos días más tarde:


"Querido ex príncipe, hemos recibido a los piratas prisioneros y los encontramos muy simpáticos, así que los hemos nombrado herederos del trono".




Micifuces, mininos y morrongos celebraron la boda de Tertulio y Ronronia tirándoles arroz con leche. Los imperiales padres de Tertulio y los ex piratas asistieron con imperiales regalos y gritaron "¡Vivan los novios!" con imperial compostura. El gato viejo y barbudo los felicitó diciéndoles que estaban chiflados. Tertulio y Ronronia tuvieron hijos que a veces eran humanos y a veces gatos y a menudo cambiaban de color, para gran diversión de sus imperiales abuelos, que iban con frecuencia a visitarlos. Y hablando de colores, cuando el Mago Dragón se enteró de que Ronronia había roto el hechizo, se agarró una rabieta que se puso más verde de lo que era.



Carlos Gardini

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